Extracto del Capítulo IV del libro “El Legado Cósmico” (2002, agotado), de Ricardo González.
Fotos: Martín Tejeda
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Una cita en Carahuaque (Marcahuasi de San Juan de Iris).
Terminaba el mes de julio de 1998. El grupo expedicionario había acudido una vez más a esta región andina del Perú para concretar una invitación de los extraterrestres. De acuerdo a los mensajes, en estas corpulentas montañas se daría un contacto con los “guardianes” y recibiríamos un mensaje de ellos.
El grupo principal quedaría en el campamento base. H.B. y yo nos quedaríamos en la meseta, procurando un lugar donde protegernos del frío para aguardar el contacto. Rápidamente -gracias a la orientación que habíamos recibido de los lugareños- encontramos el refugio perfecto en una de las viejas ruinas preíncas: el conjunto de Carahuaque. En medio de su laberinto de rocas acomodamos nuestras bolsas de dormir, y acto seguido preparamos una deliciosa -y necesaria- sopa caliente. Luego de ello descansamos, contemplando a través de la pequeña entrada de nuestra guarida, el bellísimo atardecer andino.
Al caer la noche, decidimos hacer una meditación, con el objetivo de ir preparándonos para el posible contacto.
Durante el trabajo, ambos percibimos la presencia de Alcir, el Maestro del Disco Solar del Paititi. Lo sentíamos proyectado en medio de nosotros. Casi inmediatamente a esta “percepción”, recibimos una comunicación mental de los guías extraterrestres, marcando las 9:00 p.m. como la coordenada exacta del contacto programado. De acuerdo al mensaje, tendríamos un encuentro astral -experiencia que consiste en abandonar el cuerpo físico a través de un vehículo sutil- con “los Guardianes de la Caverna”. En el mensaje se nos decía, que antes de dirigirnos al lugar donde viviríamos la experiencia -una gran roca que observamos cuando salimos a caminar por la zona, con forma de rostro, similar a su montaña gemela, la Marcahuasi de San Pedro de Casta-, veríamos sus naves como un aval de la conexión que realizaríamos con “los Maestros de los Retiros Interiores”. Teníamos que aguardar...
El encuentro
El cielo nocturno mostraba infinidad de pulsantes estrellas. Las montañas, lucían como gigantes en medio de la oscuridad, y el intenso frío de la puna secaba nuestros labios mientras clavábamos la vista en el horizonte. A unos 4.000 metros de altura, solos, en la meseta, sentíamos acariciar el Universo.
De pronto, me llamó la atención un círculo luminoso, de unos 10 metros de diámetro, que se “movió” con gran velocidad a ras del suelo hasta desaparecer detrás de una loma. Lucía como una luz proyectada desde arriba. ¡Pero quién o qué la proyectó!
Le comenté a H.B. lo que había observado, y entonces empezaron los primeros avistamientos, que inicialmente se comportaban como los típicos satélites, para luego cambiar la velocidad y moverse en el cielo en zig-zag hasta perderse, precisamente, detrás de la gran roca donde nos citaron los extraterrestres...
Luego que los avistamientos confirmaran la anunciada invitación a la experiencia, convenimos en aproximarnos a la roca, que se hallaba cerca de las ruinas, subiendo un poco más la montaña.
Arriba: la roca con rostro humano, de perfil.
Fuimos en silencio y, ni bien llegamos al lugar, nos arrodillamos apoyando nuestra frente y manos en la fría superficie pétrea, hasta sentir que una fuerza nos “jalaba” hacia dentro. Ni lo pensamos. Actuamos casi como autómatas. Sabíamos qué debíamos hacer...
En mi experiencia personal, comprobé, sorprendido, cómo me desprendía rápidamente de mi cuerpo físico en una proyección astral consciente, inducida, sin lugar a dudas, por una fuerza inteligente que parecía surgir del interior de aquella roca. De inmediato recordé los traspasos dimensionales en Hayumarca (Titicaca). Fue muy rápido.
Y así llegué a una gran galería, que intuía se hallaba bajo tierra. Y frente a mí, tres siluetas con largas túnicas blancas.
Eran tres hombres, y el más alto y joven de ellos se me acercó llevando entre sus brazos una túnica, diciéndome:
“Sólo aquel que ha sacrificado su vida por los demás, podrá ponerse esta túnica”
Luego, otro de los Maestros, con mayor edad de quien lo precedió, se acercó empuñando una espada, y me dijo:
“Sólo aquel que no teme, podrá empuñar esta espada”
Y antes de que pudiese salir de mi desconcierto, el más anciano se aproximó, llevando entre sus manos una copa de madera, afirmando con tajante voz:
“Sólo aquel que puede recibir y sobrellevar una gran responsabilidad, beberá el líquido de esta copa”
Me explicaron entonces que todo esto era simbólico -pero marcadamente trascendental-, y que de esa forma llegaban a muchas personas en el mundo, algunas de las cuales habían mal interpretado el lenguaje sencillo de los símbolos, creyendo que se trataban de objetos que formaban parte de tal o cual Maestro, atribuyéndoles, incluso, algún poder en especial o influencia mágica. En verdad lo que encierran aquellas imágenes es parte del conocimiento oculto que llevará al ser humano a esferas superiores de consciencia.
El tiempo nos enseñaría que, en los detalles más simples y sencillos, encontraríamos el auténtico conocimiento. De esta forma los Maestros de la denominada Hermandad Blanca -que trabajan en conjunto con los seres del cosmos- transmiten su verdadero mensaje y amor a la humanidad.
Luego de la visión de los símbolos, los tres Maestros se hicieron a un lado, y vi que en el suelo se abría una compuerta, por donde ascendía una especie de plataforma de piedra. Sobre ésta, se hallaban diversos objetos; la mayoría eran planchas doradas con finos grabados, que me recordaron de inmediato los ideogramas que suelen aparecer en las psicografías o comunicaciones telepáticas de los extraterrestres. Según lo que me dijeron, ese sector andino que pisábamos había sido, hace mucho tiempo, una antigua colonia de la Atlántida, donde los custodios de aquel conocimiento ancestral, y de otras civilizaciones posteriores, escondieron archivos de información en una zona que convinieron en llamar “Demacronia”. Era alucinante escuchar y ver todo esto en la experiencia. Según estos seres, allí, en amplias galerías intraterrestres, interconectadas por diversos túneles secretos, se depositaron parte de los registros que hablan de la verdadera historia de la humanidad. Existen lugares similares en todo el mundo...
Según los seres que me hablaban en esta experiencia, los guardianes originales de estos archivos vigilan el lugar desde otras dimensiones. Me decían que nos encontrábamos interconectando con la información que antiguamente resguardaron de sus mundos, y que con el tiempo, como siempre ocurre, comprenderíamos ese legado cósmico. Eran, pues, los “Guardianes de la Caverna”, quienes nos revelaban su más preciado tesoro y secreto.
El sentido de conectar los nodos de fuerza planetarios...
Y fue allí que, para mi sorpresa, los Maestros clavaron sus manos en su pecho, abriéndolo como si se tratase de una camisa y dejando que una intensa luz dorada fluyese de ellos hacia las planchas metálicas. Entonces, el más anciano habló con firmeza, conmoviendo mi corazón y las paredes de roca de la galería subterránea:
“Muchos creen que no tiene sentido llegar físicamente a estos santos lugares. Pero se equivocan. Desconocen las energías que movilizan en otras dimensiones cuando conectan con los retiros. Sí, no sólo es simbólico el hecho de venir, sino que detrás de ello se empieza a abrir una puerta muy grande, y para ello es necesario que ustedes cumplan la función de puente. Así se convino hace mucho tiempo. Y así debe ser. ¡Observa amado hijo, contempla lo que han venido haciendo...!”
Y he aquí que tuve una visión muy vívida, donde observaba la puerta de Hayumarca temblando, como si se tratase de un terremoto, para luego encenderse en una luz dorada que se disparaba hacia otro lugar: Nazca. Y desde las líneas de Nazca la luz dorada viajaba a la Zona X en el Cusco, y desde la Zona X llegaba a Marcahuasi...
Cuando vi esto, comprendí que todos los viajes que estábamos realizando por los puntos sagrados del Perú desde 1994, eran un poderoso entrenamiento de los Maestros. Todo guardaba una importante conexión. ¡Todo estaban unido! Y era solo el principio... Estábamos siendo entrenados en los enclaves de poder de nuestro país para luego recorrer todo el mundo...
Arriba: Ricardo González en Marcahuasi, 1994.
Me sentí sobrecogido de confirmarlo, y quise unirme a la irradiación de los Maestros, dejando que mi pecho se abriera para enviar, también, esa luz dorada, que interpreté representaba al conocimiento. Nuestros haces de luz se unían, y pude observar que desde Marcahuasi de San Juan de Iris esta fuerza viajaba, otra vez... Entonces pregunté hacia adónde se dirigía.
El más anciano de los Maestros intervino nuevamente: “¡Al Paititi!”
Crédito de las fotos: http://martintejedaphotography.blogspot.com.ar/