Escribí este texto para mi libro “El Enigma del Hombre Gris”, (Buenos Aires, 2014). Aunque es un caso que los investigadores del fenómeno ovni conocen muy bien, creo conveniente desempolvarlo de los archivos para el gran público, que siempre se renueva y termina entregándose al mundo del misterio. En este caso, nos adentramos en el laberinto de enigmas que representa Benjamín Solari Parravicini: el famoso sensitivo y “profeta” argentino, del quien se ha escrito tanto –para bien y para mal–, y de quien se sigue sabiendo poco, muy poco.
Para muchos Parravicini fue solo una suerte de médium que canalizó “mensajes del más allá”: inquietantes vaticinios que plasmó en cientos de psicografías que abarcan todo tipo de temas, desde la política a la ciencia, desde las catástrofes naturales a los secretos del cosmos. Lo que ahora nos ocupa nos llevará precisamente a las estrellas...
Parravicini, pese a quien le pese, era un contactado. Un testigo de “ellos”. Un canal que no solo supo recibir mensajes de esos seres, sino que, además, los conoció físicamente en un insólito encuentro en la mismísima ciudad de Buenos Aires. “Conocí a Parravicini, precisamente, por su testimonio de contacto extraterrestre”, me dijo sin titubear mi querido amigo Fabio Zerpa. “Fui a entrevistarle y a partir de allí entablamos amistad –añadió el decano de los ufólogos argentinos–; era un gran psíquico y contactado”.
A algunos “investigadores” de las profecías de Parravicini les molesta el “asunto extraterrestre” que rodeó, desde siempre, a “Pelón”. Pero, aunque les cause prurito este tema “molesto”, lo cierto es que Parravicini ofreció su testimonio de contacto a los medios de comunicación, entre ellos una amplia nota publicada en el diario “La Razón” de Buenos Aires, el lunes 10 de junio de 1968.
Por su importancia y poca difusión, comparto aquí el relato. Que el lector saque sus conclusiones.
Un encuentro cercano en Buenos Aires
–Veníamos por la calle Chacabuco, en una noche con frío y niebla, con un amigo. De repente, surgió a un costado un hombre. Es decir, nos pareció un hombre. Empezó haciendo señas, y parecía que hablaba algo. Algo que no se entendía. Nos hacía señales como indicándonos que camináramos hacia la Diagonal, en dirección de la Casa de Gobierno. Y con la noche fría, la niebla y... Yo no sé... Ese ser, ese hombre era, más grande que nosotros... No sentimos miedo. Pero yo, sinceramente, tenía frío y muchas ganas de llegar a casa. Ese hombre, era extraño… muy rubio, como de un metro ochenta y cinco de alto, con ojos grandes que parecían de “ciego”, porque no tenían párpados ni nada... eran redondos, rarísimos. Estaba vestido apenas con un saquito que parecía un cárdigan, verdoso, luminoso. Y fíjese, hacía un frío bárbaro. No obstante, seguimos caminando con mi compañero, cruzamos la calle, y mi amigo me lanza la pregunta: “Che... ¿no te parece que este hombre no es de este mundo?”
–Bien –prosigue Solari Parravicini–, esa pregunta se me clavó y le contesté que era muy raro. Sobre todo los ojos, la ropa metálica… En fin. Nos despertó la curiosidad y quisimos volver al lugar donde lo habíamos visto. Volvimos, pero ya no estaba. Había desaparecido... Sí... había desaparecido…
El entrevistado abre sus ojos grandemente –escribe el periodista que entrevista a Parravicini– detrás de un armazón redondo muy poco común. Se frota su calvicie y hace gestos misteriosos. Yo lo miro con suspenso y trato de descubrirlo. Entonces prosigue.
–Ahora va a ver. Pasaron varios días, y...
–¿Cuándo fue eso? –Le pregunta el periodista.
–Y... hace más o menos ocho años (Parravicini no sabe precisar el tiempo en que ocurrió). Pasaron varios días y una noche estaba yo acá, en mi casa. Estaba también nublado, con bastante niebla y mucho frío. Se me ocurrió ir a ver “My fair lady”, que la estaban dando en “El Nacional” (aquí hay un dato importante: esa comedia musical se estrenó en 1961). Fui. No sé a la hora que habrá terminado, imagínese. Cuando salí me dio ganas de comer un puchero de gallina. Terminé mi plato favorito y me dispuse a marcharme a casa (Parravicini no era vegetariano como algunos dicen…). Serían como las tres, las cuatro de la madrugada. En esa época había muchos asaltos por acá, y tuve miedo, de manera que decidí tomar por la Diagonal, rumbo a Belgrano. Cuando iba cruzando la calle, se me apareció aquel hombre otra vez… Como caído del cielo, ¿no? Había, recuerdo, una bruma bárbara. No se veía a un metro. El tipo éste empezó a hablar, pero de forma extraña: jap, gloa, prirp, jap. Yo lo miré medio confundido porque no entendía y me dije: Bueno, éste me asalta. Entonces apuré el paso. Sin pensar por qué estaba ahí, cómo había aparecido, sin recordar nada. Empecé a caminar ligero, y de pronto... me quedé paralizado. No pude caminar más… No podía moverme. Cinco metros apenas avancé.
–Pero, ¿podía pensar? ¿No perdió sus facultades mentales?
–Sí, podía pensar. Era totalmente consciente de todo. Nada más que me era imposible moverme. Como le dije, pasó un instante y luego comencé a perderme... a perderme... me iba... me iba. No sé cómo será un desmayo, pero creo que fue eso lo que me pasó. Acá diríamos “me desmayé”. Y me encontré, de repente, como en un borde de un “barco”, con una baranda que parecía de metal. Ahí adelante, así redondo –Parravicini gesticulaba–, era como una explanada negra. Como de caucho. Entonces, aparezco yo allí, no sé cómo, y me encuentro con otros dos seres iguales. Muy sonrientes, me saludaron poniéndome las manos en el hombro...
–¿Usted cree que estaba en un “plato volador”? –le pregunta el periodista.
–Sí, claro, no hay duda… En ese momento no sabía lo que era… Pero, después, entendí todo... Yo estuve en un “plato volador”. Bueno...
–Y dígame, ¿eran de carne y hueso? ¿Cómo era su contextura física?
–Sí, al menos parecen de carne y hueso. Son como nosotros, altos, bien rubios, con ojos como le dije, muy redondos y sin párpados... El cutis es igual al nuestro, muy blanco... son lindos hombres, fuertes. Bien, allí, entre ellos hablaron en ese idioma extraño… qué se yo... Ahí fue cuando se me cruzó la idea de que yo estaba en un objeto volador, porque veía allá abajo, ¡abajo!, la punta del Obelisco de la ciudad de Buenos Aires, que entonces tenía una luz. Y justo cuando se me ocurrió pensar eso, uno de ellos me dice: Sí, somos de Venus.
–¿En castellano?
–Sí, en castellano. Yo me sorprendí… Aquel ser me dijo entonces: "No se extrañe, porque nosotros hablamos todos los idiomas de ustedes, porque nosotros somos telépatas, y usted también es telépata... Así como ustedes tienen la televisión, en donde ven todo lo que pasa afuera, nosotros los vemos perfectamente, y los conocemos perfectamente. Yo hablo con usted telepáticamente... Hace tiempo que lo conocemos y... queremos mostrarle algo. Tener una experiencia con usted”.
Luego de ello, Parravicini continúa su increíble relato describiendo el viaje a bordo del presunto ovni alrededor del mundo, viendo las ciudades desde arriba, hasta ser devuelto a Buenos Aires, en el mismo lugar desde donde fue “llevado”.
“Usted también es telépata”, le dijeron aquellos seres. ¿Eran ellos los responsables de los mensajes proféticos de Parravicini? ¿Su “ascenso” al ovni fue una experiencia física? ¿O se trató de otra de sus “visiones”? ¿Y el extraño hombre que observó la primera ocasión, en compañía de un testigo? ¿Fue otra visión “compartida” con el amigo?
No culpo al lector si duda de tan singular experiencia ovni. Debo decir que cuando leí por primera vez esta entrevista dudé –a pesar de haber experimentado encuentros con los “no-identificados”–. Sin embargo, me llamó la atención cómo describía el incidente: con una inocencia propia de un niño. La aparición del extraño hombre en la ciudad –como se cita, frente a otro testigo–, con sus gestos e intentos de comunicación me recordaban otras experiencias de contacto semejantes. La aparición de personajes humanos, tan extraños como el que “Pelón” describió, me recordaba el contacto del ingeniero costarricense Enrique Castillo Rincón –el supuesto “suizo” que conoció Castillo en Venezuela, Ciril Weiss, luego le recibirá a bordo de un ovni en una experiencia programada a las afueras de Bogotá, en Colombia–. Además, la descripción de seres rubios y altos, que venían de Venus, sonaba muy similar a los contactos de George Adamski en California, en los años cincuenta. Y es que en el complejo mundo del contactismo se afirma que Venus posee una presunta base interdimensional –en otro plano distinto al físico–, en donde seres procedentes de las estrellas Pléyades, observan la Tierra. Es decir, no son originarios de Venus. ¿Es esto posible?
Como fuese, también se sabe que muchos encuentros cercanos han sido precedidos por la aparición de una densa niebla, que se comporta de forma sobrenatural. En estos casos, luego de la “niebla”, se han producido experiencias de contacto que en ciertas ocasiones generaron un missing time o “tiempo perdido” en los testigos, tal y como pudo ocurrir con Parravicini. Es decir: dentro de lo fantástico que pueda resultar el testimonio de Parravicini, hay algunos elementos que se ajustan a ciertos fenómenos que acompañan el intrincado asunto de los ovnis. Su presunta experiencia de “abducción”, o como le queramos llamar, sigue un patrón ya conocido por los investigadores. ¿Fue entonces real su contacto? Nadie lo puede afirmar. Pero es un tema que, como ya dije, inquieta y molesta a muchos estudiosos de sus psicografías. Para esos “expertos”, hablar de un encuentro cercano con esos detalles tan absurdos y hasta ridículos, pone en jaque la credibilidad que se había ganado gracias a sus dibujos premonitorios. Pero, insisto: ¿Y si Parravicini contó la verdad?
Si aquellos seres le dijeron que él era telépata, ¿quiere decir que lo venían siguiendo por poseer esas facultades innatas? “Hace tiempo que lo conocemos” –le dijeron–. ¿Eran ellos la “voz” que Parravicini escuchaba antes de trazar sus psicografías? ¿Fueron esos seres quienes le transmitieron la información de lo que podría suceder en el futuro?
“Queremos mostrale algo, tener una experiencia con usted”, le dijeron…
Psicografía de Parravicini de 1938. En ese "mensaje" escribe: "Naviero de Ganímedes observa la Tierra ya". Reitero: 1938. ¿Fue Parravicini el primer contactado de la Era Moderna?