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Los encuentros con los ocupantes de los ovnis no pueden ser ignorados; son demasiado numerosos…
Doctor J. Allen Hynek.
The Ufo Report.
Historia Ignorada / Febrero 2019
Somuncurá y la Ciudad de los Césares

La ciencia sostiene que hace cientos de millones de años los dinosaurios caminaron en estas tierras del sur del mundo, hoy desoladas estepas patagónicas. Se afirma, también, que un grupo de navegantes europeos —los templarios—, en tiempos anteriores a Colón, trajeron un tesoro a este alejado lugar para esconderlo. Y por si todo esto fuera poco, existen diversos testimonios de avistamientos ovni pululando en la zona. Nosotros mismos fuimos testigos de ello... ¿Qué misterio esconde Somuncurá? Un breve resumen a continuación, tomado de mi libro “Los Otros Misterios” (Buenos Aires, 2011).

 

Gigante y silenciosa: el lugar perfecto.

Somuncurá es una expresión Araucana que significa “Piedra o Peñasco que habla”. Habitualmente el lugareño atribuyó esta denominación a los fuertes vientos que agitan la estepa, y que al pasar por las singulares formaciones rocosas del lugar —muchas de ellas resultado de antigua actividad volcánica— las hacen “silbar” o “hablar”. No obstante, ese es el significado exotérico. En verdad la meseta “habla” por cuanto se “comunica” con el peregrino que acude a ella a través de extraños mecanismos. Curiosamente, se le llamó Simihuinqui o “Piedra que Habla” al polémico “Bastón de Mando”, ese objeto alargado construido en basalto negro que habría sido hallado en el cerro Uritorco. Y es que la base de la Meseta de Somuncurá también es de basalto ¿Es probable que los misterios del Uritorco estén relacionados con la gigantesca meseta patagónica?

Arriba: nuestra primera expedición a Sumuncurá, en marzo de 2007. Se aprecia al fondo el sagrado Cerro Corona.

 

Actualmente Somuncurá es un área natural protegida. Debido a su extensión —unos 25.000 Km. cuadrados— es considerada la segunda reserva natural de toda la Argentina. Se encuentra entre el sur de la provincia de Río negro y el norte de Chubut. Como ya dije, es una altiplanicie basáltica, con sierras de alturas máximas de 1.900 m., intercalada por depresiones que en ciertas épocas del año albergan lagunas temporarias, formadas por precipitación pluvial y principalmente por las intensas nevadas. De hecho, los arroyos que se forman de la nieve invernal dan lugar a pequeños valles que circundan la meseta y en donde se asientan algunas pocas poblaciones, gentes que tienen que resistir la dureza extrema del clima: en invierno unos 30 grados bajo cero, y en los días de verano 35 grados.

Son cerca de cien familias las que viven de la cría del ganado y la caza de animales en este desierto de piedra y monte bajo, entre cerros y lagunas donde el viento sopla fuerte. Según nuestras indagaciones, este impresionante y misterioso accidente geográfico despertó la curiosidad de profesionales y técnicos desde 1919. Pero aún guarda algunos secretos en sus diversos y únicos caracteres geológicos, morfológicos y ecológicos. Un ejemplo de ello es la llamada “Mojarrita Desnuda”, un pez adulto sin escamas que es único en el mundo y que se le puede encontrar sin dificultad en el arroyo de Valcheta. Este pueblo está situado en el valle del arroyo. Muchos lo conocen como el oasis rionegrino, ya que, enclavado en medio de la meseta, presenta un paisaje totalmente distinto: el viajero que llega se encuentra de improviso con una vegetación boscosa y alamedas, con plantaciones frutales y alfalfares de un verde profundo. Esta localidad fue el punto de partida de nuestra expedición. Allí contratamos una camioneta que se sumaba a otro vehículo nuestro que venía desde Asunción de Paraguay.

Luego de casi seis horas de caminos serpenteantes y polvorientos, sobre un ruta afirmada que ya en la meseta se transforma en una huella accidentada que obligaba a los vehículos a moverse a paso de hombre, llegamos a nuestro objetivo: el Cerro Corona.

 

La Ciudad de los Césares

Una teoría heterodoxa, que ha generado muchas adhesiones y también polémica, sostiene que un grupo de navegantes templarios habría llegado alrededor del año mil a la actual Patagonia argentina. La Fundación Delphos de Buenos Aires defiende esta tésis, amparándose en el hallazgo de una extraña piedra de 500 kilos de peso que muestra una cruz simétrica labrada en su interior. De acuerdo al Ing. Fernando Flugerto Martí, luego de interpretar una colección de textos medievales, aquel grupo de templarios habría desembarcado en el Golfo de San Matías, y desde allí habría penetrado hacia la meseta de Somuncurá, pasando por la ya citada Valcheta —lugar en donde se halló la piedra—.

Arriba: la presunta "piedra templaria" de Valcheta.

Lo más inquietante, es que la misión de aquellos caballeros templarios era resguardar una reliquia sagrada en la entrañas de Somuncurá: el mismísimo Santo Grial…

Atendiendo a informaciones esotéricas y fuentes “no humanas”, guardianes del mundo subterráneo habrían recibido el tesoro de manos de los monjes guerreros. Sin duda, estamos ante una historia difícil de aceptar, a pesar de que que hay diversos relatos y leyendas que mencionan una suerte de ciudad perdida o mundo mágico enclavado en algún lugar de la Patagonia, conocido como “La Ciudad de los Césares”. ¿Y qué dice la leyenda? Todo empieza así: el conquistador Juan Días de Solís habría escuchado hablar de una “sierra de plata” y de un “famoso Rey Blanco” en algún lugar al sur de la Argentina. Nos hallamos en el siglo XVI. Se trataba, para los historiadores, de otra referencia legendaria a un fabuloso tesoro de los incas, tan perseguido por la conquista, y que en esta ocasión había trascendido los Andes para enterrarse en el sur de las estepas de Chile y Argentina. Los españoles habrían seguido el rastro de ese reino imposible.

Analizando las primeras fuentes de este enigma, conocemos que el cartógrafo y explorador Sebastián Gaboto construye un fuerte sobre el río Carcarañá y remonta el río Paraná, esperando encontrar algún informe del grumete Francisco del Puerto sobre esa “ciudad del oro” y su “sierra de plata” que mencionó la expedición de Solís. De regreso, y sin mayores noticias, Gaboto envía al Capitán Francisco César con otros soldados a remontar el Carcarañá y de allí el actual río Tercero, que nace en las sierras de Calamuchita, con la intención de dar finalmente con la ansiada región de tesoros. Este capitán, según cuenta Ruy Díaz de Guzmán en la “Historia Argentina del Descubrimiento, población y conquista de las Provincias del Río de la Plata”, salió en 1526 de Sancti Spiritu ―a orillas del río Paraná, actual provincia de Santa Fe― e hizo una entrada a través de unas cordilleras, hallando “gente muy rica en oro y plata”, quienes fabricaban ropa muy bien tejida con base en lana de camélidos andinos. Cargado de presentes, César regresó al fuerte de donde partió, el cual halló para su sorpresa destruido. Frente a esto, decidió movilizarse tras largo peregrinar, hasta el Cusco. El detalle es que la expedición de César habría durado la friolera de siete años, recorriendo lugares desconocidos de los Andes, el desierto de Atacama e incluso la Patagonia. Tremenda hazaña le hizo ganar a su expedición el apodo de “Los Césares”. Hoy en día los estudiosos ponen en duda la incursión de los conquistadores en la Patagonia, considerando que mucho de lo observado por ellos corresponde a las sierras de Córdoba, en ese entonces habitadas por los llamados diaguitas y comechingones, un dato que nos conectaría con los enigmas del Uritorco...

Por otro lado, algunos investigadores piensan que los extraños pobladores de la ciudad con los que se topó la expedición de Francisco César eran náufragos de la expedición del portugués Simón de Alcázaba, que habían sido abandonados en el Estrecho de Magallanes (asumiendo de que César habría alcanzado al extremo sur). Otras fuentes han llegado a sugerir, inclusive, que esos hombres eran en realidad un grupo de incas que, huyendo de la conquista, habrían formado una población oculta en la Patagonia. Como haya sido, la supuesta ciudad encantada, que continúa siendo buscada por diversos exploradores, constituye un enigma muy antiguo anterior a la conquista y conocida a través de distintos nombres, como “Ciudad del Rey Blanco”, “Sierra del Plata”, “Ciudad del Oro”, “Trapalanda” y “Lin Lin”. Entre todas sus denominaciones, quedó la de “Ciudad de los Césares”. Desde entonces, la leyenda ha descrito un paradisíaco paraje patagónico en donde se esconde el reino secreto, un santuario repleto de tesoros antiguos y metales preciosos. Algunas versiones la ubicaban en un claro del bosque, otras en una península, y algunas incluso dicen que se halla en el medio de un gran lago, contando con un puente levadizo como único acceso. Obviamente, los historiadores ven en esta leyenda un intento de la corona española por impulsar la colonización de las tierras del sur, que si bien eran importantes en términos estratégicos, eran parajes duros y alejados, no tan atractivos a los ojos de los conquistadores como los territorios del Perú. La Ciudad de los Césares, sin exageración alguna, llegó a convertirse en un verdadero mito de la conquista, al igual que Paititi o la leyenda de las Amazonas. No olvidemos que el propio refundador de la ciudad de Buenos Aires, Juan de Garay ―el último adelantado del Río de la Plata―quiso también encontrarla, pero la muerte le impidió concretar su sueño. Y es que existen numerosas descripciones de la “Ciudad de los Césares”. El ya citado Flugerto Martí de Delphos no vacila en ubicar a esta ciudad subterránea o “mágica” bajo la propia meseta de Somuncurá; según sostiene, a unos mil metros de profundidad...

Como fuese, personalmente no tengo dudas de que existe una red de túneles bajo la meseta. Además de que, por su ubicación, es el lugar perfecto para ocultar algo, su constitución basáltica revela que hubo intensa actividad volcánica: al expulsarse el material rocoso fundido a la superficie se forman hoyos y grietas en el subsuelo, algunas de dimensiones importantes, que podrían ser aprovechadas con el uso de tecnología para instalar allí una base subterránea. ¿Somuncurá es una de las bases secretas de los esquivos intraterrestres? ¿Fueron aquellos guardianes quienes recibieron de los templarios el mítico cáliz de Cristo o algún objeto ligado a ese misterio?

Al llegar al lugar acampamos dos noches en una de las tres lagunas que allí se emplazan —y que recuerdan, sospechosamente, la disposición del cinturón de Orión—. Cerca de una de ellas encontramos por indicación de los lugareños un “respiradero”. Se trataba de un pequeño hoyo en el suelo que “inhalaba” y “exhalaba” aire. Muy similar a otros lugares que hemos explorado en el mundo. Esos respiradores son un indicio poderoso de la existencia de un complejo sistema de ventilación intraterrestre…

Arriba: "las lagunas de Orión", como las bautizamos.

 

El Cerro Corona 

Sin planificarlo fuimos nueve personas. Y al constatarlo, un miembro de nuestra expedición nos recordó que fueron precisamente nueve caballeros los que fundaron la Orden del Temple, y que, un 19 de marzo murió su último Gran Maestre visible: el legendario Jacques de Molay. Era la fecha en la que estábamos allí… Menuda “casualidad”...

Cuando alcanzamos la cima del Cerro Corona y vimos las tres lagunas desde arriba —sólo allí nos percatamos de su singular disposición— sentimos en todo ello un poderoso mensaje simbólico. Esa noche tuvimos un verdadero “show” de avistamientos ovnis: objetos luminosos que recorrían los cielos de la meseta haciendo Zig-Zags, acelerando o moviéndose a una velocidad de espanto. Otros, se desplazaron en formación. Y uno de ellos se colocó varios minutos sobre nosotros, lanzando un destello celeste-plateado, como respuesta a las señales que le hacía un miembro de nuestro grupo con una potente linterna de automóvil. Encendíamos tres veces la luz del aparato y el objeto allí arriba, silencioso sobre nosotros, respondía a la perfección…

Más allá de las historias que giran en torno a Somuncurá, no hay duda en que esta meseta “habla”, pues te hace ver cosas... Hay que estar en silencio para sentirla. En sueños el lugar sabe hacer llegar sus mensajes, que si son interpretados correctamente, afirman los sabios de allí, se pueden constituir en una herramienta poderosa para alcanzar la más suprema realización personal.. Así son los "lugares de contacto": espejos del alma. No en vano el Cerro Corona, con sus 1.600 metros de altura resaltando en este desierto, fue el centro sagrado de las antiguas comunidades nativas de la Patagonia. Desde luego, no lo fue por su alta figura surgiendo en el horizonte, sino por sus mágicos secretos que infunden una energía indescriptible.

Arriba: el autor y su equipo de expedición escuchando las historias de los lugareños con las "luces del cielo".

Más no puedo describir en este artículo. Sólo estoy dando las coordenadas para que el lector sepa llegar a este hechizado paraje y pueda conocerlo; con respeto, pues, como dicen los lugareños, si uno llega al Corona en desarmonía, el clima se encargará de sacarlo de allí…

 

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