“Los labios de la sabiduría permanecen cerrados, excepto para el oído capaz de comprender. Cuando el oído es capaz de oír, entonces vienen los labios que han de llenarlos con sabiduría”.
Con esta frase tan intrigante se inicia el Kybalion, "los siete principios universales" que, desde tiempos antiguos —que supuestamente se remontan a episodios desconocidos de la cultura egipcia— han viajado de escuela en escuela, de iniciado en iniciado, para llegar a nuestra época con la intención de despertar al caminante dormido.
Su sabiduría se atribuye a Hermes Trismegisto, el “Tres Veces Grande”. Es bien sabido que sus libros, como el Poymandrés, gozaron de gran autoridad durante los primeros siglos de la Iglesia, y que los Doctores Cristianos invocaban a menudo su testimonio junto con el de las Sibilas, que habían anunciado la venida de Cristo a los paganos. El prestigio de Hermes, pues, como un ser de gran sabiduría, perduró a través de las épocas. No en vano, Lactancio sostuvo que: “Hermes ha descubierto, no sé cómo, casi toda la verdad”. Aunque se le asocia con el Egipto antiguo, el nombre de Hermes Trismegisto es de origen griego. Desde luego, “Hermes” es un dios griego, conocido también por su denominación romana “Mercurio”. Sin embargo la identidad de aquel misterioso personaje se pierde en la historia, remontándose al Egipto pre-dinástico. Por consecuencia, nadie se pone de acuerdo en aclarar su origen. Por ejemplo, no pocas tradiciones hebreas lo consideran contemporáneo de Abraham. Otros lo identifican con el dios egipcio Thot, intermediario entre Dios y los hombres. Y ciertas fuentes lo señalan, inclusive, como maestro superviviente de la mítica Atlántida. Por si ello fuera poco, algunos eruditos opinan que Hermes fue deificado y otros piensan que no es sino el aspecto humano de ese mismo dios. Quizá, el nombre de Hermes Trismegisto no designa a una personalidad individual, sino que constituye un conjunto de enseñanzas elaboradas en Egipto y enriquecidas a lo largo del tiempo. Y entre ellas se encontraría el citado Kybalion, aunque nada concreto pueda ayudarnos a demostrar que Thot —o Hermes— haya sido su verdadero autor.
Personalmente, no me sorprendería que estas enseñanzas se inspiren en él, pues Hermes es considerado el padre de la Alquimia y de La Cábala —por cuanto se la habría enseñado en Egipto al mismísimo Moisés—, además de las investigaciones numéricas y físicas de los pitagóricos, entre otros conocimientos.
Haya sido o no Hermes el autor secreto del Kybalion, lo cierto es que los siete principios están aquí, compilados y presentados por un grupo de iniciados que accedieron a "la fuente" (se afirma, rosacruces y teósofos, que lo dieron a conocer al público en 1908). Es claro que estas leyes encierran una profunda revelación que otrora solo era privilegio de escuelas esotéricas.
El Kybalion.
“Los principios de la verdad son siete: el que comprende esto perfectamente, posee la clave mágica ante la cual todas las puertas del Templo se abrirán de par en par” .
He aquí una síntesis de los Siete Principios Universales del Kybalion.
1. El Principio del Mentalismo
Su lema es “El TODO es Mente; el universo es mental”. Determina que la mente tiene una capacidad asombrosa para transformar nuestro entorno material a voluntad. El ser humano puede “crear lo que cree”; al igual que el universo es co-creador de nuevas realidades a través de la ecuación: concentración, voluntad y sabiduría.
2. El Principio de Correspondencia
Sostiene que “Como es arriba, es abajo; como es abajo, es arriba”. Las leyes de la naturaleza afectan sin distinción: desde una molécula a un individuo, desde una estrella a una galaxia. Este principio enseña que los más grandes secretos del universo se encuentran codificados en nosotros mismos e, incluso, en la más pequeña partícula. Todo es un reflejo de todo.
3. El Principio de Vibración.
Este principio encierra la verdad de que “Nada está inmóvil; todo se mueve; todo vibra”. La vibración indica el estado de las cosas. Nunca está detenida, y puede ser afectada por nuestra influencia mental. Por ello la importancia de controlar nuestros pensamientos y meditar en el poder creador de la palabra, que es vibración en sí misma y por consecuencia agente de transformación.
4. El Principio de Polaridad.
Indica que “Todo es doble, todo tiene dos polos; todo, su par de opuestos: los semejantes y los antagónicos son lo mismo; los opuestos son idénticos en naturaleza, pero diferentes en grado; los extremos se tocan; todas las verdades son medias verdades, todas las paradojas pueden reconciliarse”. Este principio encierra la enseñanza de que todo en el universo es dual construyendo así un equilibrio.
5. El Principio del Ritmo.
Afirma que “Todo fluye y refluye; todo tiene sus períodos de avance y retroceso, todo asciende y desciende; todo se mueve como un péndulo; la medida de su movimiento hacia la derecha, es la misma que la de su movimiento hacia la izquierda; el ritmo es la compensación”. Este principio explica que en nuestro proceso de crecimiento pasaremos por diferentes etapas, algunas duras y otras luminosas, y que pueden ser sobrellevadas con equilibrio en la medida que vayamos adquiriendo mayor conciencia, fe y calma. Esto afecta a las personas y a los planetas, es una ley natural.
6. El Principio de Causa y Efecto.
Conocido por muchos como la Ley del Karma —“acción”, en sánscrito”— sostiene que “Toda causa tiene su efecto; todo efecto tiene su causa; todo sucede de acuerdo a la ley; la suerte no es más que el nombre que se le da a la ley no reconocida; hay muchos planos de casualidad, pero nada escapa a la Ley”. Nuestros pensamientos y acciones son los responsables directos de las cosas que vivimos. De acuerdo a este conocimiento si sembramos nuevas causas —pensamientos luminosos y un accionar positivo— podemos modificar el futuro.
7. El Principio de Generación.
Como los demás principios, encierra una lógica natural: “La generación existe por doquier; todo tiene su principio masculino y femenino; la generación se manifiesta en todos los planos”. Esta ley nos enseña que todo en el universo busca su complementación. Y de hecho, cada ser posee en sí mismo los dos elementos de este principio creador.
Tomado de "El Decálogo de la Hermandad Blanca", de Ricardo González (Luciérnaga, Grupo Planeta España).