Fragmento tomado del libro Tierra II, de Ricardo González Corpancho. Ediciones Luciérnaga, Grupo Planeta España.
No es tarea nada sencilla hablar de contactos con extraterrestres. Como ya dije, yo mismo lo padecí.
Después de que me echaron del trabajo por mi exposición pública con este tema, mi nueva actividad como escritor a tiempo completo sobre los no identificados ha estado llena de contratiempos. Pese a que en el imaginario de la gente uno se hace rico escribiendo libros sobre «marcianitos verdes», ese no fue mi caso; en mis primeros años de cruzada pasé largas penurias económicas que no tiene sentido detallar aquí. En medio de esa crisis seguí ofreciendo mi testimonio, aceptando invitaciones de muchísimos países para participar en entrevistas en medios de comunicación en donde era sometido a encarnizados debates con periodistas escépticos, pilotos de guerra, psiquiatras y hasta un exorcista. Aunque siempre salí airoso de esos polémicos programas, fue duro pasar por el juicio y los ataques. Pero nunca di la espalda y ofrecí a pecho descubierto mi historia. Invariablemente fui honrado en contar mi verdad.
Por si ello fuera poco, debo anotar aquí que la difusión de estos temas también tiene otra cara, y no menos peligrosa: la adulación. Esto fue lo que más me preocupó. Me asustó constatar que muchos empezaban a verme como un embajador de los extraterrestres. Para ellos era un hombre especial, un elegido por el simple hecho de haber vivido lo imposible. Mi constante exposición en los medios, mis libros y conferencias, y hasta la manera en que me expresaba en mis tempranas publicaciones para describir las experiencias que había vivido, fue el caldo de cultivo. Si bien tengo claro que, diga lo que diga, irremediablemente habrá alguna persona que puede caer en una mala interpretación por cosecha propia, lo mínimo que podía hacer era alentar la investigación y las preguntas, no la fe ciega en el mensaje de estos encuentros cercanos y mucho menos en el mensajero. Me di cuenta de que me estaba moviendo en un escenario muy peligroso y por ello resolví dar un paso al costado. Hice el mayor esfuerzo por mantenerme lejos de posturas que en vez de alentar la reflexión sobre estos temas promovía el seguimiento irracional. Vi brotar como hongos a muchos gurús cósmicos. Admito que me asustaba —y me asusta— la idea de que la gente quiera convertirme en uno.
«Haces bien en mantenerte alejado del circo, los contactados suelen comportarse como un rockstar y nada bueno sale de eso», me aconsejó el investigador estadounidense Stephen Bassett, al término de mi disertación en el Instituto de Ciencias Noéticas de California (IONS, por sus siglas en inglés), la prestigiosa organización que fundó el recordado astronauta Edgar Mitchell. «Sé coherente, aunque estés equivocado», solía repetir mi entrañable hermano Fabio Zerpa, con absoluta razón.
Ricardo González Corpancho luego de su conferencia en el IONS (Institute of Noetic Sciences), el instituto de investigación que fundó en 1973 el astronauta norteamericano Edgar Mitchell.