Fragmento de "Lugares de contacto", Ricardo González Corpancho, Ediciones Luciérnaga, Grupo Planeta España, 2018.
Ovni fotografiado en Yungay, Andes peruanos de Áncash, 1967. Investigación de Richard Greenwell.
No culpo al lector si piensa que estos relatos de contacto con presuntos seres de otros mundos es una chifladura. Un delirio. Y es que hay de todo en el resbaladizo mundo de los encuentros cercanos. Lo sé por experiencia propia. No obstante, etiquetar el amplio universo de los casos de contacto como una tomadura de pelo -aquello de “poner todo en el mismo saco”-, es una pataleta sinsentido. Soy consciente de que este tema irrita, incomoda; pero solo quien se ha atrevido a explorarlo desde dentro, recorriendo estas regiones de altura y entrevistando a sus sencillos habitantes, sabe que detrás de estas increíbles historias anidan episodios reales que, como mínimo, merecen ser investigados y difundidos. Las apariciones de los no-identificados, cabe subrayarlo, están estrechamente ligadas a los citados “nodos” o lugares de poder. No por azar muchos reportes de ovnis coinciden con la ubicación de centros arqueológicos o montañas sagradas. Desde luego, como iremos viendo más adelante, todo “encaja”. Lo único que pido es “mente abierta” ante la posibilidad de estos contactos. Dudar, no negar a priori.
Conocí a Vlado en congresos internacionales de “ufología” celebrados en Lima. Y admito que yo mismo fui crítico de su testimonio. Consideré -y lo sigo considerando así- que fue un desacierto novelar sus libros y mezclar en ellos la fantasía con lo que realmente habría sucedido. Alguna vez me dijo que lo hizo así para que el mensaje llegara a más personas.
Kapetanovic falleció en 2005. Era un gran hombre, de carácter firme y al mismo tiempo cariñoso. Hasta el final de sus días defendió la veracidad de su contacto.
De acuerdo a su relato, luego del incidente de Huallanca entabló amistad con los pastores y campesinos de las alturas; para ser exacto, con los habitantes de las aldeas próximas al nevado Champará, como es el caso de Quitaracsa. Nuestra expedicion procuraba conectar con esa comunidad. Para mí era muy importante rastrear el auténtico origen de esta historia.
Si el lector conoce mi trabajo, estará al tanto de las extraordinarias experiencias de contacto que afirmo haber afrontado en el Perú. Cuando empecé a vivir todo ello, siendo un adolescente en Lima, me involucré en grupos de contacto y de estudio de los ovnis como parte de mi búsqueda. Asistí a innumerables congresos sobre “ufología” -mucho antes de ser invitado como ponente en los mismos- y participé de incontables viajes a remotos escenarios en donde “ellos” se mostraban o en donde se sucedían extraños fenómenos. De esta forma empezó mi camino: investigando. Estoy muy agradecido a tantas personas que supieron orientarme en aquel tiempo. Fueron muchos años ofrendados a esta cruzada, que desde luego tuvo sus consecuencias, pues fui despedido del laboratorio internacional en donde me desempeñaba como visitador médico. La gota que colmó el vaso para mis jefes fue haber sido entrevistado en un programa de la televisión peruana que se vio en todo el país. A partir de ese momento decidí dedicarme a tiempo completo a la investigación. Supongo que al compartir esto quedará claro de que no albergo duda alguna de la realidad e importancia de lo que viví en mis “primeros pasos” en el Perú. Sin embargo, también debo decir que el tiempo no transcurre en vano, y que la vehemencia de aquellos inolvidables años va menguando para darle paso a la calma y la reflexión. Cuando echo un vistazo a mis tempranas publicaciones -escribí mi primer libro a los veintidós años- descubro la enorme influencia del contexto en el que me encontraba. Un entorno que, si bien me acogió en mi joven búsqueda e investigación, también distorsionó la esencia de las cosas, siendo yo el principal responsable al no haberme dado cuenta. Lo que quiero decir es que más allá de la autenticidad de las experiencias y los descubrimientos, nuestras iniciales interpretaciones y hasta la forma de presentar todo ello al público no siempre fue la ideal. Hoy entiendo que todo tiene su proceso de maduración. No es fácil, pues, vivir el misterio desde dentro y luego compartirlo. Si permaneciese en el ámbito de “ver todo desde afuera” y narrarlo desde ese lugar, sería más cómodo, y menos vulnerable frente a los detractores de turno. Pero lo vivido es lo vivido.
Ricardo González Corpancho en Áncash, con el nevado Huascarán de fondo. Foto: Sol Sanfelice.